Ana era una mujer muy hermosa, se
notaba que en su juventud había sido una muchacha muy guapa, y a pesar de haber
traído tres hijos al mundo y de haber tenido que trabajar muy duro, aún
conservaba esa belleza que un día enamoró a Miguel.
Ella siempre quiso estudiar
psicología pero su carrera se interrumpió al descubrir que estaba esperando su
primer hijo. No le importó, ya que en ese momento la alegría de ese niño era lo
más importante. Dejó sus estudios y se dedicó de lleno a las labores de su
hogar, cuidar de su hijo y atender a su marido, al cual adoraba por encima de
todas las cosas. Miguel era un hombre muy trabajador y luchador. A pesar de que
nunca pudo darle lujos ni caprichos a su familia, ellos se sentían afortunados,
el amor estaba por encima de todo.
Eran cinco en la familia, el
matrimonio y tres hijos, dos varones y una niña. Héctor, el hijo mayor, era muy
guapo; había heredado la belleza de su madre y el espíritu luchador de su padre.
A pesar de que carecía de muchas cosas que otros niños tenían, él entendía que
lo más importante era tener un techo bajo el que dormir y un buen plato de
comida, y ya por esto él se consideraba muy afortunado. Era muy cariñoso y
tenía muchos amigos, que a pesar de tener unas enormes casas y abundantes
juguetes, siempre terminaban yendo a jugar a casa de Héctor, con sus pocos
juguetes, la mayoría hecho por sus padres; era por eso por lo que los demás
niños encontraban sus juguetes tan diferentes e interesantes. Le seguía Manuel,
dos años menor que Héctor. Era muy diferente a su hermano, a pesar de haber
recibido la misma educación, Manuel era muy desordenado y sus padres siempre
discutían con él por ese motivo; por el contrario, era un niño muy bueno, quizá
demasiado y por eso sufría en muchas ocasiones queriendo cambiar el mundo y que
las cosas fueran como él quería. Su padre estaba muy pendiente de él, ya que lo
consideraba el más vulnerable, pero eso no podía evitarle el sufrimiento por el
que a veces pasaba, ya que se involucraba demasiado en los problemas de los
demás. Aunque ese don era extraordinario, no siempre está en nuestras manos
poder solucionarlo todo.
Un día, su madre le sorprendió
llevándose juguetes a escondidas al colegio, y le preguntó:
- Manuel, ¿por qué llevas tus juguetes al colegio y,
además, no me dices nada?-.
Manuel respondió:
- Mamá, estos juguetes se los llevo a unos niños
que aún tienen menos que nosotros, además yo he sido muy feliz jugando con
ellos y ahora la felicidad me la dan las sonrisas de esos niños al recibir
estos modestos juguetes-.
Su madre quedó perpleja al oír
esas palabras de un niño tan pequeño, y comprendió que no que tenía de
desordenado lo tenía de generoso.
Su tercera hija era Tatiana. Se parecía
mucho a su padre. Era muy trabajadora y excesivamente ordenada, cosa que ponía
a sus hermanos bastante molestos y le decían constantemente que no se puede
vivir obsesionada con la limpieza, una cosa es tener las cosas en orden y otra
que no sepas vivir sin pasarte el día limpiando y ordenando. Pero ella era así
feliz, y hay que aceptar a las personas tal y como son.
Ana y Miguel habían vivido tantos
años pendientes de sacar sus hijos adelante, que no se daban cuenta de lo
rápido que pasaba el tiempo, y de que sus hijos se estaban convirtiendo en unos
hombres y una mujercita ya casi adultos.
me encanta,esta muy bien animo a que sigan escribiendo tanto tu como tu madre jajaja ^^
ResponderEliminarGracias por pasarte Moi!^^ jajaja
ResponderEliminarolaaa, m gusta muxo las descripciones, aunq kizas la edad de los hijos ayude a imaginartelos tb, m encanto
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